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POR todas partes máquinas;
ninguna luz proviene
de sí misma. Más allá de los días
y las noches construyen otro tiempo,
oculto, inaccesible; en todas partes
máquinas que laten
sus compases distintos. Aquí, también mis ojos
escriben en los tuyos algo
que no puedo leer, y que nos sustituye:
nos convierte en caminos,
raíles donde avanza la perfección del círculo.
Pero donde hay asombro, hay esperanza.
(De Radiografía del temblor, Renacimiento, 2006)
RADIOGRAFÍA DEL TEMBLOR
La punta de una aguja
se aproxima
a tu pupila; la sientes contraerse,
desafiar el miedo imitando su filo,
aceptando sus reglas. Movimiento
invisible, de tan lento, de tan ínfimo:
¿A cuánto tiempo aspiras? ¿Una vida,
unos milímetros, un mundo?
Y la aguja
parece no avanzar, y tu mirada
va pactando en secreto, con paciencia infinita,
el encuentro final de acero y ojo.
(De Radiografía del temblor, Renacimiento, 2006)
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(Dead Can Dance, “Spleen and Ideal”)
La visión esmeralda siendo nada sin la suciedad extrema de la
tierra. Como la realidad, sin el peso sin órbita de lo que ya no
existe. Cada impureza en el cristal (hierro, cromo, manganeso) abre
un diálogo, una sangre: desde sus vetas fluye la canción tectónica,
el océano, la búsqueda. Los mares del mar. De la dureza, lo
incorpóreo. Del instrumento, lo que no sirve a nada, lo que no
pertenece. Levantar como un sonido una estrella mutilada, cinco
puntas delirando de belleza, ante una biblioteca al borde de la
demolición. Hasta la prometida unión de lo más alto y lo más bajo.
La co-herencia.
la elevación / el sumergirse / un pináculo / una cripta / lo que
murmura un ángel con ojos de serpiente /
(De Sistemas inestables, Bartleby Ediciones, 2015)
(Anselm Kiefer, “Sternenfall”)
La Historia con sus campos arrasados, tundra y ceniza contra la
voluntad de la raíz | La Tierra, la Historia, el Firmamento, surcos
ennegrecidos, mayúsculas alzadas como templos o palacios de
cristal, para que mires dentro | Para ponerles nombres a las
estrellas | Salvo las muy lejanas, las que solo tienen número | Las
infinitesimales | Dicen que a 65 grados bajo cero el aliento cristaliza
casi dentro de la boca y cae al suelo, como esquirlas delgadísimas,
un ínfimo sonido, en medio de tu ya-no-sentir-nada | Así tus pies
desnudos | Pisando las constelaciones | Que cayeron | Mediante
qué alquimia, qué código capaz de interrogar la nieve
traducir | los números | en nombres | la cicatriz | en rostro
(De Sistemas inestables, Bartleby Ediciones, 2015)
HACIA una nueva forma.
Hacia una lentitud ajena a los contornos de la luz y de la noche, extraña al
pensamiento que dibuja en círculos su ausencia de salida y su imposible
pausa,
contraria a la pulsión eléctrica que hace rodar las calles, mas nutriéndose de
ella,
conformándose en ella,
algo comienza a despertar. No existen mapas
para estos territorios: es un proceso mudo, un recorrer de carne sobre
acero, un síntoma de aliento en lo inorgánico.
Igual que una cadena en la que cada eslabón fuera el primero pero jamás el
último,
ha comenzado hoy y hace milenios, aquí y en mil lugares:
sus escamas son máquinas y cuerpos que se acoplan, orificios en la piel,
fronteras degradadas, sistemas inestables que abren muros y
pupilas al espasmo de ser otro, de ser nadie—y no poder volver.
Alguien susurra: <<Nuestra empresa gestiona el movimiento del deseo,
una tarea sórdida: no quieras comprender en qué consiste>>.
Alguien escribe: <<En la ciudad, el tiempo se fragmenta,
se atomiza; el vértigo del mientras tanto nos acecha en todas partes>>.
Así, en el andén del subterráneo, donde la multitud
se agolpa anónima y contiene su deriva,
una sombra vacía te hace girar el cuello y de repente
ojos sin párpados
te hacen sentir la celda de tu respiración,
y no puedes salir de tu mirada, durante tres segundos;
hasta que el tren desgarra con un silbido inerte las paredes y te arrastra
a su interior de metal solo.
(Ese sonido
sacude con violencia las paredes
del suburbio, donde alguien
se pregunta: ¿y si un poema
pudiera deformar la realidad,
filtrarse por sus poros, sustituirla
lentamente, como en ósmosis?
Las calles que se curvan bajo el peso
de la imaginación; avenidas enteras,
estaciones del metro surgidas de la nada,
un túnel de locura que une Tokio, Nueva York,
Shangai, Ciudad de México, Berlín,
palabras que se injertan en la mente colectiva
y crecen poco a poco hasta romper el techo
de esta cárcel de cristal.
Sin duda,
es posible: sólo queda saber
si ese nuevo mundo sería mejor que éste
u otra inmensa,
irrespirable pesadilla.)
Ciudad interminada, vastedad del futuro y del insomnio, velocidad inscrita
en cada rostro, en caracteres ilegibles; en ti nada se crea ni destruye,
tan solo hay pliegues y repliegues, materia que se expande o se retrae.
Aquel suburbio devorado por la industria
existe aún en los pulmones obturados de un mendigo que murmura. A
veces, mientras dormimos, se anexiona
partes del organismo: una fibra de músculo, un intervalo neuronal, un
nervio óptico.
Según las estadísticas, sólo un 42% de los denominados ‘sueños húmedos’
reproduce secuencias netamente sexuales:
la imagen de una máscara africana hecha de material quirúrgico,
las múltiples pantallas de un circuito cerrado de control
o los labios de una niña-serpiente —la lengua bifurcada por alambres al
rojo—
causaron los orgasmos más intensos en pacientes de clase media y alta.
Esto escribes; pronto dejas el folio al amparo de la breve luz del flexo,
y durante tu paseo distraído por el puente una cucaracha roja se detiene en
la palabra neuronal,
y avanza fríamente hacia control.
<<No quieras comprender —repite aquella voz aislada—
que nada puede huir de nuestro alcance,
excepto tú y yo,
aún, ahora.>>
(De Sistemas inestables, Bartleby Ediciones, 2015)
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HOMENAJE A FERNANDO ZÓBEL
Un arañazo sobre un líquido. El líquido es retina,
pensamiento; pulmón y nombre, entraña. La ausencia de
piel es vaporosa. El verbo ser, transparente. En apariencia.
Todo lo rígido, lo áspero, lo que impone su fuerza o
resistencia, se romperá en trozos opacos cuando vuelvan
los vientos del invierno. Solo resistiría
una choza de juncos; lo apátrida; lo débil; lo flexible; lo que
apenas estuvo.
(Inédito)
La imagen que aparece en el texto pertenece a la paleta de Esad Ribic.