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Realidad Imaginal

El presente texto es un fragmento de la obra de James Hillman titulada “Pan y la pesadilla”, publicado por Ediciones Atalanta en 2007 y traducido por Cristina Serna, cuya lectura completa recomendamos vigorosamente en estos días de miedo y confinamiento.

Queremos agradecer a Ediciones Atalanta –cuyo catálogo es una fuente de inspiración para esta revista- su generosidad al permitirnos reproducir esta reflexión sobre el poder –incierto- de la imaginación y su presencia en nuestras vidas.

Para comprender la figura de Pan como naturaleza debemos, antes que nada, ser comprendidos por la naturaleza, tanto «exterior», en un paisaje desierto que nos habla con sonidos y no con palabras, como «interior», en una reacción impulsiva. (Nadie ha recreado mejor que D. H. Lawrence este Pan.) Inquietante como el ojo de la cabra, la naturaleza llega hasta nosotros en las experiencias instintivas que Pan personifica. Pero hablar de «personificación» resulta injusto con el dios, pues supone que el hombre hace a los dioses y que la naturaleza es un campo de fuerzas abstracto e impersonal, tal y como la concibe el pensamiento. En cambio, la forma demoníaca de Pan convierte el concepto «naturaleza» en un shock psíquico inmediato.

Desde sus inicios, en los filósofos presocráticos y en el Antiguo Testamento, la tradición filosófica occidental se ha mostrado contraria a las imágenes (phantasia), decantándose por las abstracciones del pensamiento. Desde Descartes y la Ilustración, la conceptualización ha mantenido su preeminencia; la tendencia de la psique a personificar ha sido rechazada con desdén por antropomórfica. Uno de los principales argumentos contra el modo de pensar mítico estriba en que trabaja con imágenes, que son subjetivas, personales y sensuales. Esto se debe evitar por encima de todo en la epistemología occidental, como también en las descripciones de las fuerzas de la naturaleza. Personificar ha significado pensar de un modo animista, primitivo, prelógico. Los sentidos engañan; las imágenes que transmitirían la verdad sobre el mundo deben ser purificadas de sus elementos antropomórficos. Las únicas personas del universo son las personas humanas. No obstante, la experiencia como personas de los dioses, de los héroes, ninfas, demonios, ángeles y potestades, de los animales, lugares y cosas sagrados es en realidad anterior al concepto de personificación. No es que nosotros personifiquemos, es que las epifanías se nos muestran como personas.

¿Podríamos acaso retroceder en el tiempo, escapar de las pretensiones del yo temeroso que quiere poner cada átomo de la naturaleza bajo su control? En ese caso nos daríamos cuenta una vez más de que no somos la fuente de los dioses personificados. No los hemos inventado nosotros, como tampoco hemos inventado los sonidos que oímos en el bosque, las huellas de pezuñas en la arena o la presión de ia pesadilla en nuestros pechos.

Durante milenios y en casi todas partes, resultó muy evidente que las figuras divinas y demoníacas aparecían como personas. Pero la Weltanscbauung científica, con su separación entre observador y observado, nos apartó de esta evidencia, y su testimonio se convirtió en pensamiento mágico, creencias primitivas, superstición, locura. Puesto que las figuras imaginales todavía se aparecen de vez en cuando a las personas más cultas y educadas, como ocurre en las pesadillas, por fuerza hemos de ser nosotros quienes hemos creado esas figuras. No sería posible concederles su autonomía, pues, de lo contrario, el propio universo científico se convertiría en una pesadilla.

La filología clásica, seducida por el método reductivo de la ciencia, se apresuró a explicar esas apariciones como «proyecciones» e «ilusiones», creadas de un modo «inconsciente» por quien las percibe. De modo que todavía podemos encontrar, como ocurre en la excelente monografía de Borgeaud The Cult of Pan in Ancient Greece, una explicación del encuentro directo de Fidípides con Pan (mientras regresaba corriendo a Atenas desde Maratón) en términos de: «una simple proyección de su deseo». «No resulta difícil imaginar su tensión, su depresión y su cansancio cuando, tras tres días de correr sin parar, se encontró con el dios Pan.»

Del mismo modo que la pesadilla puede ser causada por una indigestión o por un edredón demasiado pesado, también Pan podría tener su origen en una disfunción física debida a la carrera desde Maratón. Aquí la investigación no sólo fracasa al explicar su tema, sino que llega incluso a negar la autoridad del texto que está comentando. Heródoto dice que Pan se le apareció a Fidípides, lo llamó por su nombre y le transmitió un mensaje crucial para la salvación de Atenas. Los líderes atenienses hicieron caso a Fidípides, ganaron la batalla e instituyeron el culto de Pan en Atenas. ¿Hasta tal punto se dejaron engañar los astutos e inteligentes griegos? ¿Acaso se debió todo ello al exhausto estado mental de un mensajero que de repente tuvo una brillante idea y conjuró a Pan para que ésta resultase plausible?

En su aguda y devastadora crítica de la falsificación reductiva de «lo que sucedió en realidad», Charles Boer escribe:

Éste fue uno de los momentos culminantes en la historia  de la civilización occidental, la aparición de un dios con pies de cabra en la víspera de una batalla que habría de transformar el mundo, con su mensaje de ayuda que marcó una diferencia trascendental en el curso de los acontecimientos y que habría de contribuir a la salvación de la misma democracia. Lo que ocurre es que hoy ya nadie -y en especial los mitólogos profesionales- se permite, debido a los enormes condicionamientos del tema, tomarse en serio la historia. ¿Es que el origen de la democracia es un asunto tan baiadí, o pasa algo con los estudiosos del mito?

Uno puede entender la presencia de Pan en la víspera de la batalla de Maratón «psicológicamente» (de varias maneras), puede entenderla «simbólicamente», o incluso «históricamente» de un modo forzado (de acuerdo con el cual se acepta la realidad del resultado, pero se rechaza la causa por errónea). Pero no se puede tomar en serio. En opinión de los estudiosos, algo tuvo que ocurrir además de lo que dijo Fidípides.

[…] Los griegos de principios del siglo V a. C. gozaban por supuesto del privilegio de considerar a Pan como la espléndida realidad imaginal que este dios era. Las figuras imagínales eran «visibles» para ellos, podían oírlas y tocarlas. Desde su punto de vista, al menos, no «se las estaban inventando».[1]

Precisamente esto es lo que aprendemos de Roscher, a pesar suyo. Pues Roscher, igual que sus contemporáneos (por ejemplo, Ameling, cuando escribe acerca de la personificación), tiende a concebir la figura de Pan como una encarnación compuesta de las cualidades ásperas y terribles de la naturaleza, del mismo modo que sus fascinantes ninfas constituían visiones de la seducción delicada, graciosa y lírica de la naturaleza. Pero el marco conceptual de Roscher, tomado de la psicología empírica asociacionista (las ideas son haces de percepciones sensoriales), no concuerda con lo que descubrió en las descripciones empíricas de los demonios de la pesadilla. Éstos no son un montaje de cualidades terroríficas, personificaciones post hoc de sensaciones provocadas por la ropa de cama. Se trata de personas vividamente reales.

Dilthey insistió en que la personificación resultaba esencial para la comprensión humanista, por oposición a la explicación científica, cuyo método requiere conceptualización y definición. Lou Andreas-Salomé, siguiendo a Dilthey, instó a Freud a mantener este procedimiento, que resulta esencial para el progreso del psicoanálisis como psicología humanista más que científica. Jung fundó su sistema psicológico sobre los arquetipos, que, si bien resultan conceptualmente descriptibles, son experimentados e incluso llamados como personas. Es más, Jung se opuso a la tendencia de su tiempo al defender las imágenes como datos primarios de la psique y, en consecuencia, considerar estas imágenes en su sensual aspecto emocional, como fenómenos empíricos que son, y no como personificaciones de ideas abstractas.

El lenguaje de los sueños (como muestra la pesadilla), el lenguaje delirante y alucinatorio, así como el lenguaje popular hablan en términos de personas. Lo mismo debe hacer una psicología que quiera hablar a la psique en su propio idioma. El movimiento de Jung, que tiende a alejarse del concepto abstracto para acercarse a la persona sensible, se corresponde con el movimiento del intelecto hacia la imaginación, que está poblada de imágenes sensoriales tangibles. La monografía de Roscher -que pone de relieve la persona de Pan- contribuye a ese redescubrimiento de lo imaginal que ha dado en llamarse psicología de lo inconsciente, una de cuyas diferencias metodológicas esenciales con respecto a la filosofía y a la ciencia es su lenguaje de la personificación.

PanUn grito recorrió la Antigüedad tardía: «¡El gran Pan ha muerto!». Lo recoge Plutarco en su tratado «Sobre la desaparición de los oráculos». Esta frase se ha vuelto oracular a su vez, significando muchas cosas para mucha gente en muchas épocas. Una cosa fue anunciada: la naturaleza se había visto privada de su voz creativa. Ya no era una fuerza generadora viva e independiente. Lo que había tenido alma la había perdido; del mismo modo que se había perdido la conexión física con la naturaleza. Muerto Pan, también Eco murió; ya no podíamos captar la consciencia a través de su reflejo en nuestros instintos. Habían perdido su luz y cayeron con facilidad en el ascetismo, siguiendo de un modo gregario, sin asomo de rebelión intelectual, a su nuevo pastor, Cristo, con su nuevo estilo de organizar las cosas. La naturaleza ya no nos hablaba -o bien nosotros ya no podíamos oírla—. La persona de Pan el mediador, semejante a un éter que de un modo invisible envolvía todas las cosas naturales con significado personal, con brillantez, había desaparecido. Las piedras se volvieron sólo piedras; los árboles, árboles; las cosas, los lugares y los animales ya no eran tal o cual dios, sino que se convirtieron en «símbolos», o empezó a decirse que «pertenecían» a determinado dios. Cuando Pan está vivo también lo está la naturaleza, y está llena de dioses, de modo que una lechuza es Atenea, y una concha en la orilla, Afrodita. Estos pedazos de naturaleza no son simples atributos o propiedades. Se trata de dioses en sus formas biológicas. Y dónde encontrar mejor a los dioses que en las cosas, lugares y animales que habitan, y cómo participar mejor de ellos que a través de sus manifestaciones naturales concretas. Cualquier cosa que se comiese, se oliese, se pisase o se contemplase constituía una presencia sensual de significado arquetípico.

Una vez muerto Pan, la naturaleza puede ser controlada por la voluntad del nuevo dios, el ser humano, modelado a semejanza de Prometeo o de Hércules, que crea a partir de ella y la contamina sin que su conciencia se turbe. (Hércules, que fue el primero en limpiar el mundo natural de Pan, combinando el instinto con su fuerza de voluntad, no se detiene a recoger las carcasas desmembradas, sino que las deja pudrir después de sus civilizadores y creativos trabajos. Se dirige a grandes pasos hacia un nuevo trabajo, y hacia la locura que le aguarda al final.) A medida que el ser humano pierde la conexión personal con la naturaleza personificada y el instinto personificado, la imagen de Pan y la imagen del Diablo se confunden. Pan no murió, afirman muchos de los comentaristas de Plutarco, sino que fue reprimido. Por lo tanto, como se ha sugerido anteriormente, Pan sigue vivo, y no sólo en la imaginación literaria. Vive en lo reprimido que regresa, en las psicopatologías del instinto que se imponen, como señala Roscher, antes que nada en la pesadilla y en las cualidades eróticas, demoníacas y pánicas a ella asociadas.

La pesadilla, por lo tanto, nos ofrece la llave para una nueva aproximación a la naturaleza perdida, muerta. En la pesadilla regresa la naturaleza reprimida, tan cercana, tan real que sólo podemos reaccionar de un modo natural ante ella, esto es, nos volvemos totalmente físicos, somos poseídos por Pan, gritando, pidiendo a gritos luz, consuelo, contacto. La reacción inmediata es una emoción demónica. El instinto nos devuelve al instinto.


NOTA FINAL

[1] Charles Boer, «Watch Your Step», Spring: A Journal of Archetype and Culture, 19, 1996, p. 104.


(Las imágenes de la entrada pertenecen al arte de Sandra Izquierdo).

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James Hillman

James Hillman (1926-2011) es el mayor representante contemporáneo de la psicología analítica. Entre sus obras, además de "Pan y la pesadilla", destacaríamos "El pensamiento del corazón", también publicada en Ediciones Atalanta.

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