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Juan Peregrina. Seamos el poder, dijo una niña

Para Ana Villalobos

I
Al final del principio
el recuerdo no era lava como previmos:
la memoria fue obra menor,
desquicie de mal gusto,
arroba de vino mal pisado.

Ya decían: al final
de lo que hubiera sido un buen principio
el cristal atraviesa el alma.

Como al principio.

 

II

Cuando descubrimos el mundo,
al principio
era un mar fugaz de salvaciones coherentes.

Desde que el color predijo
ahogos en lo político,
la poesía se retiró a las islas
del final.

 

III

Llegó el alcohol, las marimbas, el escollo
de vivir.
La madre se santiguaba por inercia
entre los padres que se amotinaban.
Kafka escribía entonces sin fe
ni América posible.

Nadie pensó en México, en Guadalupe:
nos habláis —pensaron— sin un leve
resquemor
ni parpadeo del Occidente.

 

IV

Entre otras baladas ‘Touch me’ de The doors
contiene el germen de la epifanía:
muchachos jóvenes que no distinguen
épicas bellezas
de profanas actitudes.

Luego, antes del final, llegaría
el carromato de la educación
anunciando “Freaks, diferentes y demás lindezas”

 

V

Justo entonces,
alguna voz pervirtió el objetivo,
la rosa del mambo,
el orgullo de ser trovador:
¿quién no cantaría si le dejaran?

Asunción y silencio.

El tiempo, implacable por nombre,
ajusta las diferencias y las extrañezas.

Todo puede ser normal si el poder lo concreta.

Seamos el poder, dijo una niña.

 

VI
Aspira Sierra Nevada y condena la hipocresía:
albo fulgor en plata contenido.
Ni siquiera el amor nos salva,
ni siquiera fue su estertórea caricia
la que al fin, nos previno del miedo.

 

VII

En la ciudadela y aledaños,
en los barrancos y bosques,
alguien plural decide qué, cómo y cuándo.

Nunca el dónde quiso ser un problema.
El lugar, travistiendo personas
y obviando hogueras,
unas por vivas, otras por heladas,
ignora si el día es importante.

Órdenes así, condenan a la primavera
si fuera el caso.

 

VIII

Unas cerezas en las manos
son símbolo de la guerrilla.
Cuando nos cuenten las cerezas
serán sangre
si poetas no conciben que la plata
o plomo,
al ser del mismo color
solo se salvan por el matiz:
el orgasmo de la vida,
la sensatez de la paciencia,
el animal que arremete por necesidad
o cariño.

 

IX

Al recaer en las drogas,
el entretenimiento, en fin, al fin
la prisa,
cada cual iba por alambres de espino
y alguien recordaría a Cristo,
con esa desmemoria de Nietzsche,
de la cuántica, de que el fin, si miras,
es el principio que vendrá porque aún no ha acabado.

Es decir, la nada.

 

X

Es decir, el todo.

Humea aún el pasto de cerezas,
corazones las llamadas brujas
y la rebelión.

Qué curioso que me preocupe de alguien
cuando anuncia mi principio
y me extrañe de que el fin sea mío, mío
y de nadie más.

Confiad, corazones, confiad
—dijo que le dijeron una vez—
porque la explicación
nunca deja satisfecho al poder
y al principio del final,
al final de lo que considerábamos
que nunca estaba por empezar,
seremos trasiego y martirio,
belleza y oh, nunca, nunca, olvido.

(La imagen de la cabecera pertenece a los pinceles de Allison Seiffer)

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Juan Peregrina Martín

Juan Peregrina Martín es poeta y filólogo. Entre sus libros de poemas se encuentran "A deshoras" (2000), "Polifemo" (2011) o "Brandewijn" (2018).

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