En cierta ocasión, un amigo mío me señaló un lugar en New Forest donde había sido encontrada “la última persona que murió de pánico”; un cadáver agachado contra un árbol, con los dientes al descubierto en un rictus de miedo. Y aunque él databa ese acontecimiento en los albores de la década de 1920, la verdad es que se parece mucho, a pesar de su entorno rural, a lo que hoy denominaríamos una leyenda urbana. Me pregunto cuántos otros bosques o lugares salvajes pueden acreditar una muerte por pánico. –esa circunstancia de que alguien sea abrumado repentinamente por un terror irracional, sin causa en apariencia, en medio de la Naturaleza. El nombre de tal estado proviene del dios griego Pan, dado que es él quien habita esas cuevas, hondonadas, grutas y bosques; él es quien personifica estos espacios silvestres; es él quien, con su terrible grito, hace que el viajero huya sin control.
Sin embargo, la irrupción repentina del pánico no se encuentra solo en el mito y la leyenda. Una soleada tarde de verano en 1953, mi padre y mi tío estaban pescando en el mar cerca de Waterville, en el condado de Kerry. Ambos eran unos jóvenes veteranos de la Segunda Guerra Mundial y mi padre, incluso, había sido condecorado más de una vez por su valentía. De repente, según me contó mi tío, el anzuelo se enganchó en algo bajo el agua. Mientras trataba de liberarlo, tuvo la clara sensación de que “ese algo” lo arrastraba hacia abajo. Una especie de horror comenzó a cernirse sobre él, como si “ese algo” fuera un ente inteligente y terrible. Se volvió hacia mi padre, el cual, mortalmente pálido, ya lo estaba mirando. Al unísono, arrojaron sus cañas y corrieron “para salvar sus vidas”. No se detuvieron hasta que llegaron a su hotel.
El sentido común nos dice que, en Irlanda, este pánico tiene un origen más autóctono que el de su atribución al dios Pan. Los Tuatha de Danaan -también conocidos como los Sidhe, las hadas o, exagerando un poco, el Buen Pueblo- pueden ser tan propensos a brindarnos su ayuda como a dañarnos, golpeándonos, aturdiéndonos, secuestrando a nuestros hijos o devastando nuestros cultivos si los ofendemos. Y, como es sabido, pueden ser ofenddidos simplemente traspasando una de sus guaridas, ya sea un “fuerte” o rath de hadas, o alguno de los “umbrales” a los que protegen, tales como vados, puentes o costas. Según el poeta W.B. Yeats, no desean ser demasiado conocidos, y la folclorista Katharine Briggs añade que son peligrosos si te ven antes que tú los veas a ellos. Por cierto, mientras que el crepúsculo, tradicionalmente, es la hora preferida por las hadas para mostrarse, el momento predilecto de Pan es el mediodía. Por eso, si el pánico, literalmente, no hace su aparición en ese momento, en cualquier caso precisa del calor del día para mostrarse.
Mi tutor en Cambridge, el especialista en Yeats Tom Henn, tuvo una experiencia similar a la de mi padre. Describe esta experiencia en su autobiografía, Five Arches. Siendo adolescente, en 1915, estaba pescando en un afluente del río Shannon cerca de Paradise -una propiedad de su familia en el condado de Galway- cuando “un miedo abrumador me atacó; una sensación de frío absoluto que me aterrorizó por su irracionalidad en medio de aquel solitario lugar iluminado por el sol. Recuerdo que salí disparado de aquel recodo en el agua y corrí y corrí empapado de sudor hasta que, al cabo de una milla más o menos, vi una cabaña. No había nada que me siguiera”.
De acuerdo con su autobiografía Time out of Mind, la médium y escritora Joan Grant — sus dos libros sobre el antiguo Egipto, Winged Pharaoh y The Eye of Horus, le fueron revelados a través de una inspiración psíquica- estaba alojada, junto con su esposo Leslie, en un pabellón de caza cerca de Grantown-on-Spey, en Escocia, en agosto de 1928. Un día marcharon hacia Rothiemurchus, con la intención de escalar los Cairngorms. Sin embargo, aquel hermoso día de septiembre resultaba demasiado caluroso como para una caminata seria, así que se conformaron con un paseo suave. “Nada podría haber estado más lejos de mi mente que cualquier idea relacionada con espectros o fantasmas”, escribió Joan, “y, sin embargo, de repente, me embargó un terror tal que, llena de pánico, me di la vuelta y huí por un sendero. Leslie corrió tras de mí, implorándome que le contara qué me ocurría. Sólo tuve el aliento suficiente como para decirle que se apresurara cuanto pudiese. Algo completamente maligno, invisible, de cuatro patas y, sin embargo, obscenamente humano y lo suficientemente tangible como para que oyera el ruido de sus pezuñas, intentaba alcanzarme. De haberlo hecho, podría haberme matado, dado que estaba demasiado asustada como para saber cómo defenderme. Corrí alrededor de media milla hasta que alcancé una barrera invisible, detrás de la cual me sentí a salvo”.
Algunos años después, el médico del pueblo le contó a Joan que dos excursionistas habían sido encontrados muertos en el lugar exacto en donde ella había experimentado ese momento de terror. Ambos hombres tenían menos de treinta años; había hecho buen tiempo y habían pasado la noche sin problemas en el refugio de piedra que hay en la zona -de hecho, estamparon su firma en el libro de visitas que se conserva en el refugio. “Fueron encontrados a unos cien metros el uno del otro, boca abajo, como si se hubieran caído de cabeza cuando estaban volando”. El médico realizó una autopsia a ambos. “Nunca en mi vida había visto cadáveres más saludables”, señaló. ‘No había nada malo en ninguno de aquellos desafortunados tipos excepto que sus corazones se detuvieron. Puse ‘insuficiencia cardíaca’ en el auto de defunción pero, en mi opinión, creo que murieron de miedo”.
Al parecer, el pánico no afecta a todo el mundo por igual; el esposo de Joan, por ejemplo, era incapaz de percibir a aquel ser parecido a un centauro que perseguía a su esposa. Pero sí parece cierto que este tipo de experiencias suele estar relacionada con un lugar en particular, como pudiera indicar el caso de los excursionistas muertos. Y sin embargo, Tom Henn regresó con posterioridad al lugar donde vivió su momento de pánico y jamás volvió a experimentar nada parecido. Como todos los eventos anómalos, el pánico tiene que ver, en parte, con quienes somos, y en parte no; es algo que ocurre en nuestro interior, y también que proviene de fuera.
Plutarco refirió que un grito misterioso resonó en la antigüedad: “¡El Gran Pan ha muerto!” La muerte de Pan significó la muerte de la Naturaleza en su consideración de “poder animado y vivo”, y asimismo la retirada del mundo de los dioses y los daimones. Pero los dioses no pueden morir; en consecuencia, lo que pudo haber ocurrido es que Pan se hubiese mudado hacia el norte para dirigir, bajo la forma de Odín, la Cacería Salvaje que de vez en cuando barre la tierra como un viento destructivo, mutilando o trastornando a cualquiera que se tropieza en su camino. O se escondió detrás de la máscara del Diablo de los cristianos, con sus cuernos y pezuñas. También ha atormentado la imaginación literaria: en la poesía inglesa, se alude a él con mucha más frecuencia que a otros mitos griegos como Helena, Orfeo o Perséfone. Pero, por encima de todo, habita en nuestras pesadillas, como Efialtes – aquel “que salta”, sobre nosotros, y luego nos presiona para que no podamos movernos ni hablar. De hecho, dado que nuestras modernas mitologías -la religión y la ciencia- han prohibido a Pan, la voz creativa de la Naturaleza ha sido silenciada y, por tanto, este dios parece verse obligado a aparecer en nuestro mundo interior, en las cuevas y grutas de la psique, como una abrumadora fuerza instintiva.
Sin embargo, ¿estuvo Pan presente en la siguiente historia, en la tradición de los agroglifos? En mayo de 1990, Gary y Vivienne Tomlinson estaban caminando cerca de Hambledon. Se detuvieron para contemplar cómo el viento soplaba sobre un maizal. A Vivienne, un ama de casa de 36 años de Guildford, siempre le había fascinado la visión y el sonido del viento, y le encantaba sumergirse en él. De repente, el viento cambió. Parecía soplar desde dos direcciones a la vez, cada vez con más fuerza, mientras su silbido se intensificaba “como el sonido agudo de una flauta de Pan”. “El viento nos empujaba lateralmente, y también desde arriba”, informó Vivienne. “Sentimos sobre nuestras cabezas una fuerza que casi nos impedía mantenernos erguidos; el cabello de mi esposo se erizó. Fue increíble… El ruido era tremendo. Buscamos un helicóptero sobre nosotros, pero no había nada. Gary todavía tiembla al recordar cómo se le pusieron los pelos de punta”. ¿No será éste el un relato del primitivo, paralizante y espeluznante “grito” de Pan?
El viento continuó arremolinándose a su alrededor, y observaron que el maíz era empujado hacia abajo, formando un círculo. “El maíz se arremolinaba y luego caía suavemente. Ya no se escuchaba el viento. Era extraño contemplar estos torbellinos cada vez más rápidos. Aumentaban y crecían rápidamente. Entré en pánico, agarré la mano de mi esposo y lo saqué de aquel círculo”. El instinto de Vivienne se manifestó con firmeza: quienquiera que entra en un anillo de hadas, o se suma a una de sus fiestas, puede quedar atrapado.
En tanto personificación de la Naturaleza, la figura del dios Pan es ambigua. Es el protector de los pastores, los pescadores y los cazadores. A quienes somos deudores de una visión romántica del mundo, su rostro benigno nos persuade de que la naturaleza es un reino feliz de paz y curación. Pero su lado oscuro y aterrador nos conecta igualmente con nuestros instintos más profundos de miedo y huida. Esto no tiene por qué ser algo malo. Si salimos a dar un paseo ligero por el campo y, de repente, descubrimos que un mundo, en apariencia pasivo y muerto, en realidad está vivo, animado y vigilante, por supuesto, nuestra primera reacción es el pánico. Cuando el mundo comienza a moverse, los que nos percibimos como seres pasivos y paralizados somos nosotros. No es de extrañar que nuestro primer impulso sea el de la huida. Pero esta sensación puede no ser más que la reacción que experimentamos cada vez que nos separamos del hábitat seguro de la “civilización” y nos introducimos en “lo salvaje”. En ese sentido, Pan nos ayuda a mantenernos en contacto con nuestros instintos, a romper con ese cúmulo de prevenciones que nos conducen a la paranoia, a evitar que los “muros” que rodean nuestra ciudad la conviertan en una prisión. Pan introduce “lo salvaje” en nuestras vidas, aunque solo sea un poco; proporciona un cuerpo sólido a nuestra espiritualidad –etérea como un hada; inyecta, a esas ninfas llenas de dulzura y luz, un poco de pezuña, pelo y hedor a cabra. Que Pan puede ser bueno para el alma se evidencia en la historia de Apuleyo sobre Eros y Psique, en donde evita que Psique -el alma- se suicide después de que Eros la haya abandonado.
Sin embargo, los peligros de un encuentro con Pan no deben subestimarse. En Memory Hold-the-Door, John Buchan, antiguo gobernador general de Canadá y autor de historias de aventuras como The Thirty-Nine Steps, cuenta cómo en 1910 se disponía a escalar una pequeña montaña llamada Alpspitze, en el Wettersteingebirge bávaro al norte de Partenkirchen. Acompañado por Sebastián, un joven guardabosques, alcanzó la cima del monte aproximadamente a las nueve de la mañana -después de haber salido a las dos de la madrugada. Desayunaron en un albergue antes de iniciar la caminata de seis millas de regreso al valle. “Era un brillante día de verano, que prometía altas temperaturas, pero nuestro sendero discurría a través de agradables bosques de pinos y de prados floridos”, escribía Buchan. “Me percaté de que mi compañero había enmudecido y, al mirarlo, me sorprendió ver en su rostro una palidez mortal. Perlitas de sudor corrían por su frente, y sus ojos permanecían fijos en el horizonte, atravesados por un miedo agónico, como si algo terrorífico lo rodeara y no se atreviese a mirar a su alrededor. De repente, se echó a correr, y yo corrí también, atrapado por alguna clase de poder que no provenía de mí. Una sensación de terror me había atrapado, pero no sabía a lo que temía; era como una de esas explosiones de risa que los niños se contagian los unos a los otros. Corrimos y corrimos como borrachos dementes, derribando calveros, saltando rocas, destrozando matorrales, chocando con los árboles y, a veces, también entre nosotros. Durante todo ese tiempo permanecimos en silencio. Por fin, llegamos a la vía que conduce al valle, una pista muy frecuentada, donde caímos completamente exhaustos. El resto del camino a casa no pronunciamos una palabra; ni siquiera nos atrevimos a mirarnos el uno al otro.
¿”Qué fue lo que ocurrió”, se preguntaba Buchan? “Supongo que fue el Pánico”, conjeturó. “Sebastián había visto al dios con patas de cabra, o algo por el estilo. Él era un hijo del bosque, y los campesinos bávaros son gentes todavía muy imbuidas de un espíritu primitivo: me hizo sentir su terror”. Un terror, saludable o fatal, al que siempre estamos expuestos cuando nos desviamos de los caminos trillados; un horror a nuestro alcance cada vez que traspasamos la frontera que nos separa de las profundidades.
(Las imágenes del artículo se deben al arte de Sandra Izquierdo y Enrique Fernández).
Esta traducción se ha realizado en el marco del “Proyecto Rivendel: un currículum socioemocional para alumnado con Altas Capacidades”, autorizado por la Consejería de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía en su convocatoria de Proyectos de innovación educativa y desarrollo curricular de 2019.
Título original: “Landscape of Panic”. Aparecido en Fortean Times #141, 2000.
Traducción de Antonio Manuel Rodríguez López y Antonio Morales. Revisión de Estela Marín.
- Versión PDF: Patrick Harpur. Anomalías II: El Paisaje del Pánico.